El Ebro, como todos los grandes ríos, era hiperactivo. Hace unos años no paraba quieto transportando sedimentos ahora hacia aquí, ahora allá. Tan pronto los dejaba en un lado y construía un galacho, como, con la siguiente crecida, el desmontaba y lo enviaba a la mar, para ir haciendo crecer el Delta. La gente que siempre ha vivido en su borde, conocía bien sus cambios de humor. El Ebro era un río impulsivo, a veces atabaladot y peligroso, otros, pacífico e inofensivo como un corderito.
Como todos los grandes ríos, su agua regala la vida, pero también la puede tomar; regala tierra fértil, pero no siempre dura. Ahora, sin embargo, como si se tratara de un niño hipermedicat, los embalses han acabado con sus arrebatos (cosa que muchos agradecen, claro). Desgraciadamente, las tomas acabaron con la navegación del río y condenaron el delta. Ahora son cada vez más numerosas las voces que reclaman que el río vuelva a jugar a cargar y repartir sedimentos hasta llegar al mar.
El paseo propuesta recorre las terrazas fértiles ante Mora de Ebro, formadas por el río en otros tiempos y donde familias de agricultores levantaron las masías de Mora, el origen de la población de Móra la Nova nacida oficialmente en 1830. Se camina a junto al río, entre campos de frutales y bosques de ribera, enlazando algunos de los antiguos caseríos de la zona.