Alboçalaz fue el nombre del propietario sarraceno de la torre que en el siglo XII se levantaba al otro lado del Ebro, frente al castillo de Ascó. El gran río ya había visto llegar los iberos, fenicios romanos y visigodos. Ahora era testigo de las nuevas conquistas de los señores cristianos y de cómo la vieja torre volvía a caviar de manos. El 1175, Alfonso I de Barcelona hizo donación al caballero Español de Prades, en pago de sus servicios en la conquista de estos territorios.
Sólo siete años después el mismo rey volverla a dar, esta vez a los caballeros templarios, junto con Ascó y sus términos. Después pasaría a los hospitalarios y se mantendría en manos de la iglesia hasta el siglo XIX. A su cobijo, generaciones de agricultores han dejado la espalda levantando márgenes y trabajado las tierras de alrededor para llevar el pan a casa. Hoy, este torno, muestran un mosaico agrícola envidiable.
En las faldas de la sierra del Tormo, los aljibes y las minas de agua hablan del buen hacer de estas generaciones para gestionar un recurso tan preciado como el agua. Son ejemplos de esfuerzo, ahorro, prudencia y sabiduría que, a buen seguro, pueden continuar inspirándonos ante los trascendentales cambios que la emergencia climática empieza a provocar.