Àngel Guimerà le definió como una de las catedrales del vino. En efecto, la admirable obra del arquitecto modernista Cèsar Martinell, logró crear un ambiente interior de luz y amplitud que recuerda a las catedrales góticas. Sin embargo, la genialidad se manifiesta cuando a esta excelencia estética se suma una eficaz funcionalidad. Martinell incorporó importantes innovaciones técnicas, tales como la estructura de naves basada en arcos parabólicos, el sistema de ventilación a través de grandes ventanales o el aislamiento en cámaras de los recipientes para la elaboración del vino. En la fachada, sencillamente por el gusto por la belleza, por hacer cosas bonitas, se proyectó un friso de cerámica vidriada diseñado por el pintor Francesc Xavier Nogués, donde se suceden deliciosas escenas de la vendimia y de la elaboración del vino y el aceite.